De gallina a águila – Conexión Pineal

De gallina a águila

Hoy queremos compartirte una leyenda popular. Un cuento anónimo de esos que conocemos como cuentos con alma, cuentos que son de todos los tiempos y que nos invitan a reflexionar.

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Cuenta la leyenda que un día el guerrero de una tribu lejana, en una de sus tantas caminatas hacia la montaña, encuentra un huevo de águila dorada. Sin pensarlo demasiado, lo recoge, decide llevarlo con él y al llegar a la tribu lo pone junto a una gallina para que empolle un huevo más. 

El huevo empolla al igual que todos. Sin embargo, como era de esperar, cuando rompe el cascarón, nace el águila. Al nacer junto con los pollitos, a las pocas semanas y meses el águila era una gallina más. Efectivamente había crecido con gallinas, su mama era gallina, sus hermanos eran gallinas, todos los que lo rodeaban eran gallinas. Por lo tanto, el águila aprendió a hacer todo lo que hacían las gallinas: rascaba el piso, comía gusanitos. Era más grande que el resto de las gallinas, pero pasaba por una gallina grande y nunca se sintió más que el resto.

Lo curioso de esta historia es que tiene dos finales..

Uno de ellos cuenta que un día el águila al mirar hacia el cielo ve volar a un grupo de águilas, entonces le pregunta a sus hermanos gallinas: ¿qué son esos pájaros grandes? 

– No son cosas nuestras-, responden sus hermanos, – no son cosas que nos preocupen. Esos son pájaros que vuelan… nosotros estamos aquí… comiendo… aquí en el piso y haciendo nuestras cosas de gallina… No le prestes atención a eso.  

Luego de esa conversación, el águila trató de seguir viviendo su vida de gallina. Sin embargo, en su interior sentía algo, algo en el pecho muy fuerte que no podía evitar.

Cada vez que se levantaba miraba hacia el cielo y veía a las águilas que volaban. Mañana tras mañana, una y otra vez. Hasta que un día se animó y voló.

El otro final de esta historia nos dice que el águila murió creyendo que era gallina y nunca voló.

Ambos finales tienen su moraleja y tu puedes decidir con cual quedarte. 

Muchas veces sentimos que nuestro entorno nos condiciona. Afirmaciones del tipo:  «eso no es para vos», «acá en esta cultura la gente no hace esas cosas», etc. son pensamientos de grupo que están presentes en todos los ámbitos: a nivel familiar, en el trabajo, a nivel social. 

Sin culpar a nuestro entorno, entendiendo que nada viene de afuera, sino que todo viene de adentro, lo cierto es que hay quienes se dejan arrastrar por estas opiniones y, opacando su corazón de águila, sienten que son gallinas. 

Otros, sin embargo, son capaces de hacer oídos sordos a las voces externas y escuchan solo su interior; van hacia adelante, al igual que el águila y siguen el deseo que retumba en su pecho. 

En este momento podrás preguntarte ¿entonces está mal ser gallina? ¡Claro que no! Ese no es el punto ¡Es increíble ser gallina! Pero para las gallinas. El tema es cuando sientes como águila: que puedes volar alto, ir más arriba, que no tienes límites, que naciste para algo más y pese a eso te comportas como gallina.

Todos tenemos un propósito y ninguno es mejor que el otro. Pero cada uno lo tiene que encontrar por sí mismo.

Puede que a nivel sociedad haya un gran hechizo generalizado. Uno que nos hace creer que somos todos gallinas y que debemos comportarnos de la misma manera. Aunque esto suceda, no es motivo para culpar a nadie. 

Cuando nos movemos bajo ese hechizo empezamos a decir que existen cosas que son normales y cosas que no lo son: «Es normal hacer esto», «no es común hacer aquello», etc.  Pero en el fondo, sabemos que si todos somos diferentes, porque pensamos y sentimos diferente, también debemos animarnos a hacer cosas diferentes. Cosas que se identifiquen con quienes somos en verdad y nos distingan del resto. 

Empezar a soltarse, requiere valor. Pero la mayor cobardía no la tienen las gallinas, sino el águila que escucha a las gallinas. Por supuesto que es más fácil ponerse en la posición del «¿qué querés que haga? Estoy rodeado de todas estas gallinas que me hicieron convertir en gallina». Pero esa no es  la solución.

La culpa no la tiene la gallina. La culpa no la tiene el sistema, ni la pareja, ni la familia, ni el país. Siempre tenemos opción.

Pensar que seríamos unos campeones si hubiéramos nacido en otro lugar o con otros padres es una ilusión. Seremos los mismos vayamos donde vayamos porque el problema no es ni donde estamos, ni con quién estamos. Siempre podremos estar rodeados de gallinas y sin embargo, ser águilas.

A veces parece que es mucho estar siempre exigiéndonos o yendo en busca de más y  pensamos: «si el águila estaba bien, comía, rascaba como las gallinas, se levantaba, dormía ¿por qué no se conformó con la vida de gallina?» 

Y si bien es cierto que algunos mueren como gallinas, aunque no lo sean, en otros es tan fuerte lo que empuja de adentro que acaban por convertirse en águilas. Esas águilas saben que probablemente las cosas que hagan les van a complicar la vida, ya que deberán desafiar el entorno y las circunstancias que cómodamente las sostenían. Sin embargo, el corazón de águila manifestando el ser que nosotros somos, elige los desafíos y se lanza hacia ellos. 

El corazón de águila eligió el entorno perfecto para manifestar su esencia. Eligió estar perdida, aún en el huevo, ser encontrada por el guerrero para que la llevara con las gallinas. Eligió precisamente ese escenario para que lo empujara a ser águila, no para ser gallina. 

En la vida encajamos con lugares, con procesos, con familias que nos llevarán a ganar nuestra Victoria, a desplegar nuestra esencia, aunque desde lo externo  parezca lo contrario.

Somos amos o esclavos de nuestros sentimientos, dicen los grandes Maestros.  Desde la conexión somos el maestro de nuestros sentimientos; cuando no estamos conectados somos esclavos de la duda, del miedo, de la culpa, del victimismo. 

Tu eliges siempre ¿Qué eliges hoy? ¿ser guiado por el entorno que te lleva a esperar que todo pase? ¿o emprender vuelo con todo lo que eso implica? ¿eres amo o esclavo? ¿te dejas arrastrar o te animas a volar?

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