Abrir la mente, escuchar desde el corazón y prepararnos para enfrentar un tema tan profundo y delicado, es casi una condición esencial para que nuestras creencias no se interpongan.
La muerte, un tema que quizás sea el que más esquivamos, pero que a la vez nos llena de intrigas es probablemente el asunto que más moviliza nuestro campo emocional. Independientemente de cuáles sean nuestras creencias al respecto, no somos indiferente ante este suceso porque sentimos que en cierta medida es algo que nos compete a todos.
Antes de seguir avanzando, un cambio de palabras será de gran ayuda para cambiar nuestra atención.
La palabra muerte tiene una carga negativa muy fuerte, hasta el punto en que los Maestros Ascensionados dicen que es una palabra que debería ser desterrada de nuestro vocabulario.

La carga creativa que tiene ese proceso, el interpretar ese hecho como un fin, claramente podría hacernos hasta bajar nuestra frecuencia. Sin embargo, si entendemos la muerte no como un fin sino como un cambio que nos acerca a la verdadera vida, sería bueno que en vez de seguir hablando de muerte comencemos a hablar de trascender.
La palabra trascender tiene que ver con ir a otro lugar o pasar a otro estado, con experimentar una transformación y, de ninguna manera, evoca un fin.
A la hora de interpretar el proceso de cambio que nos lleva a trascender podríamos simplificarlo diciendo que se trata de un proceso más. Pero por más que este sea el caso, en este campo de frecuencia en el que estamos, no lo podemos minimizar.
Comprendiendo que al llegar a este campo de frecuencias, a lo que entendemos como “la vida”, nos sumergimos en el comienzo de un ciclo, podremos entender que llega un punto en el que ese ciclo parece acabar y eso nos moviliza.
Si bien hoy por hoy sabemos, no solo por medio de las corrientes espirituales, sino también gracias a la mecánica cuántica y los procesos de conservación de energía que claramente no es un fin, entender la transición requiere elevar nuestra comprensión a un nivel de conciencia que no se logra precisamente de un modo intelectual.
Despertando memorias
Muchas veces despertar las memorias de lo que realmente significa este cambio puede llevarnos a volvernos insensibles frente a la interpretación de los otros. En este punto es importante ser muy compasivo con la mirada de cada uno, porque la asimilación de lo que realmente significa este proceso, como dijimos, no es algo que vaya a suceder de manera intelectual.
Entender este cambio involucra una comprensión más profunda del ser, algo que requiere que las piezas se acomoden internamente en nosotros hasta que encajen.
Enroscarse en un debate en el que diferentes opiniones comienzan a entrecruzarse, podría llevarnos a entrar en un conflicto que no terminaría ayudando a nadie. Por eso, en los procesos de duelo la mejor manera de ayudar a otro es respetando su creencia, sin intentar imponer la nuestra.

En la cultura occidental siempre ha sido visto como un proceso en el que el sufrimiento está muy embebido. Hasta está mal visto que una persona no sufra ante la pérdida de alguien. Si no vemos a la persona en un proceso de luto hasta es común llegar a pensar “que poco lo quería” o “no le cayo la ficha”. Sin embargo, como decía Buda, el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional.
Que no nos afecte de alguna manera la partida de un ser querido puede llegar a ser hasta soberbia creativa. Si bien podemos llegar a entender que no es el fin, que es un cambio, que no perderemos el contacto,etc., la personalidad suele verse muy tocada por la partida de alguien, por lo tanto, el respeto hacia el otro es fundamental.
La escuela de la vida
Nuestro andar aquí en la tierra podría asemejarse a una escuela en la que tenemos que realizar un montón de aprendizajes. Claramente cuando vamos a la escuela sabemos que estar allí y cumplir con nuestras tareas es solo una parte de nuestra vida; pero nuestra vida no se reduce solo al momento en el que vamos a clases. La vida transcurre antes, durante y después de la escuela. Cuando acabamos un ciclo, ciertamente comienza uno nuevo.
En la cultura occidental entendemos que la vida comienza cuando salimos del canal de parto y se termina cuando la persona ya no manifiesta estímulos vitales. Si empezamos a ver esto desde el punto de vista de la ciencia, entendiendo que la energía no se pierde sino que se transforma, diremos que esa energía ya estaba antes del nacimiento y, por lo tanto, no desaparece después.

La vida, entendida como esa chispa divina, está siempre, es eterna, por más que se manifiesta en un cuerpo densificado y esa manifestación sí sea transitoria.
Al entrar en este campo muchas de las potencias que nos pertenecen no pudieron manifestarse. Sin embargo, el recuerdo remoto de que somos mucho más que un cuerpo físico con capacidades limitadas, de una u otra manera, siempre está presente. El recuerdo de esa pérdida puede generarnos dolor y una añoranza de querer regresar a la verdadera vida. Pero antes de eso es importante entender que es acá en este campo donde tenemos que sanar todos los enlaces para lograr la gran victoria.
Toda la energía que le fue dada al ser al ingresar en este campo atómico fue totalmente limpia, pura, como venía del origen. Las experiencias en esta vida nos llevaron a que poco a poco la fuéramos ensuciando, manchando con sentimientos discordantes, con enojos, angustias, miedos y demás. Por lo tanto, el proceso de volver esa energía a su estado original es una tarea de todos y debemos cumplirla aquí.
La Ascensión
Una vida generalmente no alcanza para recuperar toda la pureza original del ser. Por lo tanto, pasar por el proceso de vivir otras incorporaciones nos da el tiempo para alcanzar la frecuencia y así recuperar la verdadera esencia que nos permita ganar la ascensión.

La ascensión sería como egresar del colegio. Es la salida definitiva de este campo para ya no tener que volver a entrar.
En el momento en que logramos irradiar toda la potencia de nuestro verdadero origen, todo el Amor de la Fuente y salvamos todos los enlaces de baja frecuencia que hemos tejido en este plano, estamos listos para alcanzar la Gran Victoria que muchos maestros ya han logrado.
El ejemplo público, la gran puerta abierta que ningún hombre puede cerrar, lo dio el Maestro Jesús, marcando con ello el registro de su ascensión en la Colina de Betania. Sin embargo, Jesús dijo: las obras que yo he hecho ustedes las harán y aún más grandes. Con lo cual debemos entender que la ascensión es una obra que nosotros también podemos lograr.
La Ascensión es poder manifestar el Amor de la Fuente en todo momento; volver la energía que nos fue dada a su estado original.
Lograr esa Gran Victoria es el propósito de todo ser. Pero debemos comprender que se trata de un estado en el que el Amor Divino está presente todo el tiempo. Por lo tanto, es algo que requiere aprender a vivir sin enojarnos, sin descontrolar nuestro campo emocional, disfrutando de cada momento, agradeciendo cada instante.
Cuando logremos manifestar completamente el Amor de la Fuente podremos pasar o no por el cambio llamado muerte. Podríamos pasar por el cambio y luego alcanzar la Victoria o bien, podríamos llegar a tener un tal dominio de este campo, llegar a elevar tanto la frecuencia de todos nuestros átomos que el paso no sería necesario.
Todos podemos realizar la ascensión. No es una meta inalcanzable, es una cuestión de comprensión y de frecuencia. No de tiempo. Comprender realmente quienes somos, conocernos y saber hacia dónde hemos de regresar es parte del gran proceso.
Cuando empezamos a llevar nuestra atención la mayor parte del tiempo hacia la fuente, hacia la verticalidad, tenemos que estar seguros de que el proceso de la ascensión ya ha comenzado. Que se realice o no dependerá de nuestra determinación y de nuestra aceptación al Amor Divino proveniente de la Fuente. Mientras más potente se manifieste, más nos acercamos a nuestra Gran Liberación.
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